jueves, 6 de marzo de 2014

La aventura de Doñana

Doñana era un joven condenado a muerte; ahora es una persona mayor, pero indultada, dice Miguel Delibes de Castro, exdirector de la estación biológica



Refugio de mandatarios y personalidades de todo el mundo, enclave de especies en peligro tan emblemáticas como el lince ibérico y el águila imperial
El parque nacional cumple medio siglo como reserva biológica
Este es un viaje a sus secretos a través de quienes mejor lo conocen

En una choza hecha de madera y junco en la veta de Las Carabiruelas, en medio de la marisma de Doñana, donde reinaron siempre el paludismo y los señoritos, nació José Boixo un 30 de septiembre de 1935, diez meses antes del inicio de la Guerra Civil. Doñana era entonces uno de los cotos de caza más grandes de España, un lugar aislado en la margen derecha del Guadalquivir donde aristócratas y reyes iban a matar venados, jabalíes, patos, linces, zorros y otras alimañas, también Alfonso XIII, que durante catorce años fue cada invierno de montería antes de refugiarse en Roma.

En aquel tiempo, Doñana era virgen y salvaje y solo había pasado por manos de unas pocas familias. Durante seis siglos, el coto perteneció a los duques de Medina Sidonia, hasta que en 1900 Guillermo Garvey lo compró por 150.000 duros y más tarde lo recibieron en herencia los duques de Tarifa. En 1935, tras la muerte de estos, los marqueses de Borghetto obtuvieron la propiedad de las 27.000 hectáreas en pago de una deuda, y más o menos por aquellos días el padre de Boixo se mudó del Coto del Rey a la marisma de Hinojos a cuidar las reses de unos ganaderos de Villamanrique de la Condesa.
La marisma era un territorio inhóspito que ni siquiera los ingleses habían logrado domar, pese a que trataron de cultivar algodón y arroz en los años veinte sin éxito. Solo había por estas tierras unos cientos de carboneros, mieleros, piñeros, salineros, leñadores, aparceros, arrieros y –los dos oficios más deseados– guardas y caseros de los palacios de Doñana y de las Marismillas.

“La vida aquí era muy dura… muy dura”, recuerda Boixo ante uno de los alcornoques centenarios del coto, hoy parte de un espacio natural protegido que se ha ido ampliando hasta 108.000 hectáreas, del que son su corazón la estación biológica y el parque nacional de Doñana, declarado reserva de la biosfera y patrimonio de la humanidad por la Unesco.

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